Almería y las monjas de la Caridad

Almería y las monjas de la Caridad

Todos los años, cuando llegaba el mes de junio, la calle del Hospital se llenaba con las canciones que entonaban las monjas en la capilla de Santa Magdalena, acompañadas por un coro de niñas de la casa hospicio. A las seis empezaba la ceremonia de la novena de San Antonio, cuando las Hijas de la Caridad cantaban en voz alta: “La estampa de San Antonio siempre la traigo en el pecho; cuando me acuerdo de Antonio saco la estampa y la beso”.

Aquellas monjas eran un trozo de la historia de la ciudad, vinculadas estrechamente a los más necesitados.

Cuentan que llegaron por primera vez a Almería en el invierno de 1847 después de atravesar llanuras y sierras en una diligencia tirada por caballos. Peregrinaron varios días recorriendo aquellos caminos de tierra y polvo y a punto estuvieron de no llegar porque varias leguas antes de Baza, les sorprendió una nevada y la tartana volcó con las cuatro monjas dentro. Unos cortijeros del lugar las socorrieron y las pusieron a salvo, pasando la noche en un granero. A la mañana siguiente, reanudaron el viaje hasta Almería. La expedición la componían: la Superiora Sor Teresa Martínez (natural de Eibar) y las hermanas Sor Josefa Albuza (Navarra), Sor Ramona Barreiro (Asturias) y Sor Jacinta del Valle (Santander). 

Vinieron a Almería para ponerse al frente de los servicios asistenciales del Hospital Provincial. Desde el primer día, las Hijas de la Caridad se vieron obligadas a realizar un trabajo muy duro con escasos medios materiales y humanos. Además, tuvieron que superar momentos críticos a base siempre de esfuerzo y fe.

En los primeros años desarrollaron su labor en el Hospital que fue su hogar hasta que en 1873, cuando los Cantonales vinieron a bombardear y a tomar la ciudad, las hermanas cedieron sus dependencias para que el Gobernador Militar instalara allí el Cuartel General de la resistencia. Aquella revolución cantonal, que trataba de establecer una confederación de ciudades independientes, fracasó y cuando cesaron las bombas las monjas pudieron regresar al Hospital. 

Sor Catalina Porcallet, Sor Luisa Leyun y Sor Catalina Espeleta, estuvieron al frente de la congregación en esta primera etapa, aunque  ninguna llegó a alcanzar tanta popularidad en Almería como Sor Policarpa Barbería. Se incorporó al Hospital en 1885 para reforzar la plantilla de religiosas que había quedado mermada por la epidemia de cólera. Reactivó los servicios asistenciales, organizó la enseñanza en colegios y fue fundadora y protectora del Manicomio hasta su muerte en 1931.

En el año 1900 Sor Policarpa Barbería llegó a la Tienda Asilo para hacerse cargo de sus instalaciones y servicios. Cuando se marchó a dirigir el Manicomio, la Tienda quedó bajo la responsabilidad de Sor Concepción Sobré. No tenía gran experiencia en este tipo de labores, sólo los cinco años de trabajo que había desempeñado en el Hospital, su primer destino después de terminar el noviciado. 

Pero le sobraba voluntad y la fe suficiente para abordar empresas que parecían imposibles, como la de empezar las obras de un comedor de pobres en la  calle Alcalde Muñoz con noventa pesetas que había recibido de ayuda por parte de las instituciones.

En 1912 fue nombrada Superiora, consiguiendo que se aumentaran el número de donaciones de ropa y alimentos y que se crearan escuelas de párvulos, guardería y casa cuna para trescientos niños.

En el otoño de 1918, cuando la epidemia de gripe hizo estragos, las Hijas de la Caridad atendieron tres comedores de la Tienda Asilo en las calles Alcalde Muñoz, Barrio Alto y Pedro Jover. 

En julio de 1936, a los pocos días del alzamiento de las tropas de Franco, las Hermanas de la Caridad tuvieron que abandonar el Hospital Provincial y la Tienda AsiloSor Gregoria Ayala, entonces Superiora del Hospital, ordenó que pusieran a salvo sus vidas, ya que le habían llegado noticias de que todas las religiosas de la ciudad iban a ser detenidas en menos de cuarenta y ocho horas. Ella y varias hermanas pudieron escapar a bordo de una lancha y refugiarse en zona nacional. Otras se quedaron en la ciudad, escondidas en casas particulares. Hubo personas que arriesgaron sus vidas ocultando a sacerdotes y monjas, como fue el caso de doña Carmen Góngora López, directora del Sindicato de la Aguja, que en su casa de la calle Mariana escondió a varios religiosos.

Al terminar la guerra las Hermanas de la Caridad tuvieron que empezar de cero. Tanto el Hospital como las instalaciones de la Tienda Asilo estaban destrozadas, por lo que emprendieron una dura tarea dirigidas por Sor Paula Bosch, la Superiora, para que en pocos meses volvieran a funcionar el comedor social, así como la sala de ancianos y el Hospicio. 

La labor de las religiosas en los tiempos de la posguerra sirvió para aliviar el hambre de aquella época. En la Noche Buena de 1944 la Tienda Asilo distribuyó cinco mil quinientas comidas entre los necesitados y el día de Navidad se llegaron a servir cerca de diez mil raciones.

LavozdeAlmeria

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