Siempre es esperada, qué duda cabe. Pero este año llega, posiblemente, cuando más falta hace. Porque las cosas, estas cosas de Dios, no ocurren porque sí. 2020 está siendo demasiado duro de soportar, se nos ha ido mucha gente en este camino de doce meses en los que el virus nos tiene atemorizados mañana, tarde y noche.
La epidemia nos separó de nuestras devociones en el peor momento en que podía hacerlo, en plena Cuaresma, y desde entonces marca nuestros días que ya se vislumbran alejados de la Semana Santa natural por segundo año. Se han marchado curas buenos como el capellán José Díaz, hombres de paz vencidos por el virus como Juan Romero, cofrades de los que dejan huella y un gran vacío como Miguel Ángel Peñalver o Manolo Alburquerque.
Pero en medio de tanto llanto, queda la Esperanza (sí, con mayúsculas, la de verdad); detrás de los muros del miedo, está Ella que nos recuerda cada 18 de diciembre que tenemos sus manos para agarrarnos, luz que aguarda al otro lado de las tinieblas, calma tras la tempestad.
Este nefasto año, la Esperanza es más necesaria que nunca. La Esperanza en el pronto restablecimiento que te sacará del Puerta del Mar y te permitirá volver a casa con los tuyos para disfrutar de la sonrisa socarrona y de unos ojos que se iluminan al verte, sabedores de aquellos desvelos cuando su recién iniciada vida dependía de un cable conectado a una máquina; Esperanza en que este virus lo tenemos que vencer, y también en que la epidemia no podrá con nuestras vidas, nuestros trabajos, nuestros bolsillos. Esperanza en que algún día, no esta Navidad, podremos volver a reunir a nuestras familias, abrazar a nuestros amigos, besar a nuestros hermanos. Y también en que llegará el día en que el incienso salga de los muros de las iglesias y la Esperanza recorra, con caídas de terciopelo verde, las calles de la ciudad y no tenga que conformarse con los muros franciscanos.
Se acercan los días de la Esperanza. La que posiblemente necesitamos más que nunca, la que nunca perdemos; la que en Cádiz prende de manera especial en San Francisco, Santo Domingo y San Severiano. A esa Esperanza nos agarramos con fuerza en este final de un año que ojalá pronto podamos olvidar.