El Corpus Christi en Cádiz, una de las solemnidades más antiguas y con más peso simbólico de la ciudad, vuelve a quedar relegado este año, pisoteado por decisiones políticas y abandonado por quienes deberían defenderlo. Lo que otrora fue una cita central en la vida religiosa y social de Cádiz, se ha convertido en una festividad sin defensa, sin dignidad y, lo que es más doloroso, sin orgullo.
Una historia que se repite
Ya ocurrió en 2022, cuando el Ayuntamiento de entonces decidió superponer el Carnaval aplazado a las celebraciones del Corpus, impidiendo incluso la instalación de la rampa de acceso a la Catedral «para no molestar a los carnavaleros». Y ocurre de nuevo ahora en 2025, esta vez con motivo del Orgullo LGTBI+.
El actual gobierno municipal ha decidido hacer coincidir el pregón del Orgullo con los actos del Corpus, compartiendo espacio, día y hora en la Plaza de la Catedral, un lugar que —por historia, tradición y liturgia— pertenece al Corpus en esa fecha. Aunque se ha anunciado que el pregón no comenzará hasta que se recoja la Patrona, el daño simbólico y organizativo ya está hecho. No se trata de “convivencia” ni de “diálogo”, como asegura el consistorio. Se trata de una falta de criterio, sensibilidad y respeto por ambas celebraciones.
Silencio cómplice
Más grave que el atropello municipal es el silencio sepulcral de los organismos eclesiásticos y cofrades:
- El Consejo de Hermandades,
- El Cabildo Catedral,
- Y el propio Obispado de Cádiz y Ceuta.
Ninguna de estas instituciones ha alzado la voz ante este nuevo desprecio. Como ya sucediera con la polémica salida de la Custodia por la puerta lateral en 2021, parecen asumir con resignación lo que les imponen, sin defender el patrimonio devocional ni la centralidad litúrgica del Sacramento.
Ese mutismo institucional transmite a la ciudadanía un mensaje desolador: el Corpus no importa, ni siquiera a quienes deberían preservarlo.
Dos mundos que se estorban
El verdadero problema no es que coincidan dos celebraciones tan distintas —una religiosa y otra social—, sino que se obligue a ambas a compartir el mismo espacio-tiempo sin planificación ni respeto. Los fieles que acompañan a la Patrona, al Beato, al Rosario o al Dulce Nombre se verán obligados a convivir con escenarios, altavoces y preparativos ajenos a su celebración. Y viceversa, los actos del Orgullo se verán invadidos por pasos y cortejos que no tienen lugar en ese contexto.
En lugar de dialogar para buscar soluciones realistas y respetuosas, el Ayuntamiento ha optado por la imposición, y los afectados por el silencio cómplice.
¿El principio del fin?
El resultado es devastador: una celebración religiosa desplazada, una comunidad creyente desamparada y una ciudad que abandona sus símbolos más antiguos y arraigados por falta de voluntad política y eclesial. El Corpus de Cádiz, que durante siglos fue santo y seña de la identidad gaditana, parece hoy más una nota de pie de página que una fiesta mayor.
En este contexto, no es que el Corpus se haya quedado sin espacio.
Es que el Corpus ha perdido su orgullo. Y eso, en Cádiz, duele.