“Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, dice el evangelio de San Mateo que le dijo Jesús a Pedro. Una piedra que a lo largo de la historia se ha multiplicado y ha sido revestida con el mejor arte de todos los tiempos para crear, en el caso de Cádiz, un completísimo entramado de catedrales, templos y capillas que en muchos casos suman siglos de historia y que en prácticamente todos ellos requiere de una constante preocupación e intervención, cuando no de actuaciones y rehabilitaciones que se escapan a las posibilidades económicas y que ponen en peligro los propios edificios. El patrimonio religioso de la ciudad es una de sus grandes fortalezas, uno de los aspectos más característicos; pero al mismo tiempo, su conservación y cuidado se ha convertido en una dura guerra de los responsables de las iglesias y del propio Obispado contra los edificios, una especie de penitencia que requiere esfuerzos y sobreesfuerzos para mantener en pie toda esa piedra que reivindica la presencia de la Iglesia en Cádiz.
La caída de cascotes en la fachada de la Catedral hace unos días ha vuelto a poner el foco en la difícil conservación del amplio y valioso patrimonio religioso de la ciudad. El hecho de que el principal templo no sólo de Cádiz capital sino de la diócesis, ejemplo además de gestión por la labor que el Cabildo viene realizando de apertura al público y de rehabilitación y restauración desde hace muchos años, sea víctima de este tipo de incidentes que dejan entrever problemas de salud en el edificio revela un problema que se extiende prácticamente a todas las iglesias de la ciudad, especialmente a las del casco histórico por su mayor antigüedad. Grandes edificios de pesadas estructuras que requieren una atención constante y unas inversiones que muchas veces se escapan a las posibilidades de la diócesis.
“Edificios así requieren mucho sacrificio y estar siempre muy pendiente de él. Si no, es imposible”, afirma el dominico Pascual Saturio, en constante preocupación por la iglesia de Santo Domingo, a la que de manera casi continua va haciendo obras de conservación y mantenimiento. Ello lo consigue gracias a una gestión minuciosa de los ingresos que percibe el templo que preside la Patrona de la ciudad. “Las colectas son generosas, si se tiene en cuenta que en el casco histórico hay 22 iglesias y seremos poco más de veinte mil vecinos. Luego están también las bodas, las celebraciones extraordinarias como la novena de la Patrona o el 7 de octubre… Con todo eso se mantiene el edificio”, explica. Esos ingresos sirven para el sostenimiento diario (luz, limpieza, personal que atiende la iglesia, elementos del culto y otros gastos) y para que “cada año podamos ir haciendo algo que sea más importante o urgente”.
Así, en Santo Domingo en los últimos treinta años se han repintado hasta en tres ocasiones las naves laterales y los testeros del altar mayor, o se ha resanado ya dos veces la nave anexa al claustro, “que tiene problemas de humedad”. Demasiadas intervenciones para tan poco tiempo, muestra clara del constante mantenimiento que necesita un edificio de esas características. “Lo próximo que queremos hacer es restaurar el frontal del coro, donde se localizan las yeserías originales del templo”, avanza Saturio.
Esta fórmula que emplean los dominicos está permitiendo mantener una iglesia que ha necesitado de hasta tres reconstrucciones en el siglo XX (tras los asaltos de 1931 y de 1936 y luego tras la explosión de 1947) y que hizo su última gran obra en la década de los 90. Pero los problemas se magnifican cuando surgen la necesidad de una intervención de calado, que requiere una fuerte financiación.
Un problema económico
Según las cifras del Obispado, en el año 2019 (último ejercicio del que se conocen las cuentas) el mantenimiento y puesta en funcionamiento de los edificios de la diócesis supuso un coste de 3.736.272,24 euros. Por contra, la explotación del patrimonio religioso dejó unos ingresos de 1.438.083 euros, que provienen principalmente de la apertura de la Catedral a las visitas. A esta partida se le puede unir los beneficios por el arrendamiento de inmuebles, que supusieron otros 405.942,31 euros (sobre todo por el alquiler del edificio anexo al Oratorio de San Felipe Neri). Partidas, como se puede comprobar, del todo insuficientes para hacer frente al mantenimiento de los edificios, lo que hace casi imposible acometer las grandes intervenciones que llevan años pendientes y que sólo en Cádiz capital suma un buen número de iglesias.
“Las aportaciones de los fieles no llegan ni al 15% de lo que suponen las obras; el resto lo está asumiendo la provincia agustiniana”, traslada el párroco de San Agustín, Marcos Peña, respecto a las grandes intervenciones que en esta céntrica iglesia se están realizando desde el año 2017, con motivo del cuarto centenario de la presencia de esta orden religiosa en la ciudad. “Las reconstrucciones del siglo XX fueron posibles gracias a los donativos de la gente; familias y comercios de la ciudad que se volcaban con estas actuaciones. Pero esas donaciones desaparecen, porque las grandes familias se marchan a El Puerto y a otros sitios y se pierde el arraigo, también del comercio. Desde entonces, todas las obras corren a cargo de los dominicos”, apunta también Pascual Saturio en esta misma línea.
Escasa ayuda de las administraciones
Sin grandes donaciones que permitan sufragar las intervenciones necesarias, la penúltima ventana que buscan los responsables de las iglesias gaditanas es la de las administraciones, aunque precisamente en los últimos años las ayudas para rehabilitaciones de patrimonio religioso escasean. El Ayuntamiento, que suscribió varios convenios y financió obras varias en tiempos de Teófila Martínez, cortó el grifo por completo desde la llegada de Podemos en 2015; la Junta de Andalucía hace años que no ayuda en nada, teniendo pendiente entre otras intervenciones la rehabilitación de Santa María a la que se comprometió en víspera electoral la consejera de Cultura; y el Estado sí es ahora el principal actor, asumiendo íntegramente la rehabilitación de la Castrense y habiendo aprobado recientemente una subvención de 237.287,35 euros para obras de rehabilitación en la parroquia de Santa Cruz.
“En la hermandad estamos pendientes siempre de subvenciones y ayudas que puedan convocarse para optar a ellas”, explica al respecto Juan Antonio García, el hermano mayor de la Santa Caridad, que es la propietaria de la iglesia de San Juan de Dios. Redes de protección envuelven la puerta de acceso o la torre de este templo, lo que desde el exterior denota la necesidad de intervención. “Pero es que hay actuaciones de calado que no se pueden asumir”, reconoce García.
Una observación permanente
Por tanto, sin la ayuda de las administraciones -salvo el goteo de contadas excepciones-, sin las donaciones de otros tiempos y sin fondos propios suficientes, la gran solución pasa por mantener lo que hay hasta donde sea posible. Ya lo decía por enésima vez hace unos días el que fuera arquitecto de la Catedral durante más de treinta años, Juan José Jiménez Mata: el mantenimiento periódico es más efectivo que tener que recurrir a grandes obras cuando el deterioro se ha agravado por años sin intervenir. Hasta tal punto llega la defensa de su posición, que Jiménez Mata propone la creación del puesto de arquitecto-conservador de la Catedral, que además tenga a su cargo una cuadrilla de albañiles que trabaje de manera constante en el templo.
Esta fórmula del mantenimiento continuo es a la que recurren los rectores de los templos. “Siempre estamos pendientes”, asegura Marcos Peña, que además precisa que todos los años “a principios de curso se comprueban azoteas, y cuando llueve recorremos la casa entera para ver qué ha podido pasar”. Lo mismo ocurre, por ejemplo, en la parroquia de San Antonio, cuyo párroco, Óscar González, explica que siempre que hay lluvias en la ciudad “surge alguna cosa que hay que resolver de inmediato para evitar que vaya a mayores”, además de obligarse a tener un cuidado continuo de las cubiertas de este templo, “que ocupa una manzana entera”. “En Cádiz ya sabes que como dejes una farola sin pintar o el zocalillo de una casa sin cuidar, se viene todo abajo; hay que estar siempre pendiente de estos edificios, porque si no luego los problemas son muy difíciles de solucionar”, comenta Pascual Saturio.
Un cuidado constante, un mantenimiento preventivo y la reparación urgente de los problemas que vayan surgiendo parecen ser, por tanto, la fórmula que los responsables emplean para conservar el amplio y rico patrimonio de la ciudad. Pero, como apunta el agustino Marcos Peña, “es un edificio de 400 años y en cualquier momento puede dar la cara”.