Mecer

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¿Qué es lo que más impresiona a los güiris cuando ven procesionar un paso en la Semana Santa sevillana? La pregunta podría ser propia de un Trivial Pursuit cofrade. La respuesta, la mecida (vale, también mecía), del verbo mecer. «Mover algo compasadamente de un lado a otro sin que mude de lugar, como la cuna de los niños», así es como lo define la RAE. Pero dicho así, dice bien poco. Hay que bajar a la arena del Domingo de Ramos para ver, in situ, de lo que hablamos.

«Es una suerte, de frente y a compás de la música», leemos en algún diccionario cofrade. Nos vamos acercando. En todo caso diremos que es más fácil explicar qué no es mecida a qué sí lo es. La mecida no puede ser nunca un zarandeo burdo, mucho menos que esta provoque la descomposición del ritmo, ni del paso. El compositor Manuel Font de Anta se refería a esto en términos muy musicales; «la mecida es una cadencia, forma parte del pentagrama sinfónico que componen los costaleros en la calle para que todo el paso o el palio que llevan encima sea un instrumento más y mueva a emociones».

Y sí, también en esto del movimiento hay puristas, porque un palio bien mecío es aquel, según la ortodoxia, en el que los varales no se zarandean, ni tampoco las flores, o la candelería. La mecida en el palio solo ha de notarse en la propia estructura; a través del movimiento leve de las bambalinas. Pero, además, la forma de mecer un paso habla por sí sola; representa la personalidad de una cuadrilla de costaleros, desde luego también del capataz y, por supuesto, es representativa de la idiosincracia de la hermandad. Así por ejemplo la mecida del palio de La Amargura nada tiene que ver con la de La Estrella; o incluso cabría citarse el sentido del término en la corporaciones de negro, como Vera+Cruz, donde la mecida es tan sutil que pasa desapercibida.

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