Cada 15 de agosto, Utrera se despierta con el repique de las campanas, anunciando una de las festividades más antiguas y queridas del municipio: la procesión de la Virgen de la Mesa. Esta devoción, profundamente arraigada en la comunidad, se celebra en honor a la Asunción de María y es una tradición que se remonta a más de cinco siglos.
La imagen de la Virgen de la Mesa, una talla gótica del siglo XIV adaptada como imagen de candelero, es el centro de esta celebración. Su historia comienza en un antiguo hospital de mujeres, situado junto a la parroquia de Santa María de la Mesa, donde la Virgen residió antes de ser trasladada al templo en la segunda mitad del siglo XIX. La Virgen recibe su nombre de la elevación del terreno, o meseta, donde se encuentra la iglesia.
A las 9 de la mañana, cientos de utreranos se congregan ante la fachada renacentista de la parroquia para asistir a la procesión más antigua de la ciudad, incluso anterior a la del Corpus Christi. La devoción por la Virgen de la Mesa ha sobrevivido a lo largo de los siglos, pasando de generación en generación, y cada año se renueva en este día especial.
Uno de los momentos más esperados de la jornada ocurre ante la puerta del Perdón de la parroquia, donde los devotos, siguiendo una tradición centenaria, piden tres deseos a la Virgen, confiando en que al menos uno de ellos se hará realidad.
La Virgen de la Mesa, representando la iconografía de la Asunción, se distingue por su estética única: una Virgen sedente que porta un ramillete de flores en lugar de estar acompañada por su Hijo, y una ráfaga barroca de 16 puntas en forma de media luna, confeccionada entre 1699 y 1702. Este diseño sirvió de inspiración para las ráfagas de la Virgen del Rocío, agregando aún más valor histórico y artístico a la devoción utrerana.