La historia de las hermandades y cofradías andaluzas vivió uno de sus momentos más delicados durante el reinado de Carlos III, el monarca ilustrado que intentó reformar profundamente las costumbres populares… y que, paradójicamente, acabó influyendo de manera decisiva en la evolución de las procesiones tal y como hoy las conocemos.
Lejos de ser un periodo de simple persecución religiosa, aquel tiempo marcó un antes y un después en la forma de entender la religiosidad pública en España.
Un rey ilustrado frente a la tradición popular
Carlos III accedió al trono español en 1759, tras su etapa como rey en Italia. Desde su llegada, mostró una clara voluntad reformista, rodeándose de intelectuales y técnicos partidarios del llamado Despotismo Ilustrado, una corriente política resumida en la conocida máxima: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.
Este nuevo modelo de gobierno chocaba frontalmente con muchas manifestaciones populares, consideradas excesivamente folclóricas, desordenadas o contrarias al ideal racional de la Ilustración. En ese contexto, las cofradías y procesiones de Semana Santa quedaron en el punto de mira del poder.
Medidas contra procesiones y penitentes
El enfrentamiento con el estamento eclesiástico se hizo evidente con decisiones tan contundentes como la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, una de las órdenes más influyentes del momento.
Años después, en 1777, Carlos III promulgó un decreto que imponía severas restricciones a las prácticas penitenciales:
- Limitación expresa de los penitentes flagelantes.
- Prohibición de las procesiones nocturnas, alegando motivos de orden público.
- Especial atención a los nazarenos, prohibiendo el uso de túnicas y, sobre todo, el rostro cubierto, al considerarlo un elemento peligroso para el control social.
Las autoridades temían altercados, mezclas consideradas impropias entre hombres y mujeres y situaciones difíciles de vigilar en horarios nocturnos.
La resistencia de las cofradías sevillanas
En ciudades como Sevilla, las hermandades no aceptaron fácilmente estas imposiciones. Bajo el mandato del reformista Pablo de Olavide en Andalucía, muchas cofradías optaron por soluciones intermedias para mantener su identidad.
Un ejemplo significativo fue permitir que los nazarenos permanecieran cubiertos durante el recorrido, descubriendo el rostro únicamente al pasar por la tribuna de autoridades o al entrar en la Catedral. De este modo, las hermandades lograron conservar parte esencial de su simbología sin provocar un enfrentamiento directo con el poder.
El “registro civil” de las cofradías
El golpe más duro llegó en 1786, cuando se obligó a todas las hermandades a registrarse y ser aprobadas por el Consejo de Castilla, es decir, por el propio Gobierno.
Esta exigencia provocó consecuencias dramáticas:
- Desaparición práctica de multitud de cofradías, incapaces de cumplir los requisitos administrativos.
- Reforma forzosa de estatutos históricos.
- Envío a Madrid de libros de reglas y actas del siglo XVI, muchos de los cuales nunca regresaron a sus lugares de origen.
A día de hoy, una importante documentación cofrade permanece aún en archivos estatales sin haber sido reclamada.
Procesiones suspendidas en varias ciudades
El impacto de estas medidas fue desigual según la ciudad. En Jerez de la Frontera, por ejemplo, las procesiones llegaron a desaparecer durante décadas, aunque las hermandades se mantuvieron formalmente.
Solo hay constancia de que la Hermandad de las Angustias, por su pertenencia a la Orden de los Siervos de María, continuó realizando estación de penitencia, aunque de forma muy distinta: sin túnicas, con largas filas de hermanos y portando únicamente el escapulario servita.
Un legado inesperado para la Semana Santa
Paradójicamente, Carlos III no acabó con las cofradías, sino que las empujó hacia una profunda transformación. Sin pretenderlo, su política propició una evolución clave:
- Desaparición progresiva de prácticas penitenciales extremas.
- Mayor énfasis en la espiritualidad interior frente al espectáculo físico.
- Impulso hacia procesiones más ordenadas, simbólicas y catequéticas.
Así, el rey ilustrado que quiso frenar la religiosidad popular terminó dejando una huella decisiva en la construcción de la Semana Santa moderna, más cercana al recogimiento y al mensaje religioso que a los excesos penitenciales del pasado.


