El Cristo de la Buena Muerte, una de las grandes obras maestras de Juan de Mesa, no fue concebido como una imagen aislada. En su origen, el imaginero cordobés proyectó un conjunto escultórico completo, con una María Magdalena arrodillada a los pies de la cruz, una composición desconocida para gran parte del mundo cofrade y que, de haberse conservado íntegra, habría cambiado por completo la concepción actual del paso del Cristo de los Estudiantes.
Un contrato que revela un misterio oculto
La prueba documental de este conjunto aparece en el contrato de ejecución firmado en 1620 entre Juan de Mesa y Pedro de Urteaga, prepósito de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús en Sevilla. El documento, localizado en 1928 en el Archivo de Protocolos, vino a confirmar la autoría que meses antes ya había defendido el historiador Antonio Muro Orejón.
Las dos imágenes —Cristo y Magdalena— quedaron terminadas el 8 de septiembre de 1620, aunque el Crucificado, aún sin la advocación de la Buena Muerte, no fue entronizado hasta el primer domingo de Cuaresma de 1621.
Según recoge la historia oficial de la Hermandad de los Estudiantes, ambas tallas se colocaron en un nuevo altar de la iglesia de la Anunciación, situado frente al púlpito, sin que en ningún caso fueran pensadas para procesionar.

La temprana desaparición de la Magdalena
El tiempo que Cristo y Magdalena permanecieron juntos fue breve. Muy pronto ocuparon altares distintos dentro del templo, y poco después se pierde completamente la pista de la imagen de María Magdalena. Desde entonces, su existencia quedó reducida casi exclusivamente a la mención en el contrato original.
El Crucificado, en cambio, sí puede seguirse históricamente. Durante el reinado de Carlos III, con la expulsión de los jesuitas, la iglesia de la Anunciación pasó a manos de la Universidad de Sevilla, junto con todos sus bienes artísticos, incluido el Cristo.
A finales del siglo XIX, profesores y estudiantes universitarios recuperaron su devoción, dando lugar al nacimiento de la Hermandad de los Estudiantes en 1924, ya sin rastro alguno de la imagen que lo acompañó en su origen.
Una pista clave en la colección Lázaro Galdiano
El paradero de la Magdalena siguió siendo un enigma hasta que el historiador José Carlos Pérez Morales localizó una escultura en la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid que despertó todas las sospechas.
La pieza figuraba en la colección como un busto de San Juan Evangelista atribuido a Juan Martínez Montañés, adquirido por José Lázaro Galdiano antes de 1920 y catalogado oficialmente en 1926. Sin embargo, tras un estudio directo de la obra, Pérez Morales fue concluyente:
«No hay dudas de que es de Juan de Mesa».
No era un busto, sino una imagen mutilada
La investigación reveló que la escultura conservada no fue concebida como busto. Todo indica que se trataba de una imagen completa recortada posteriormente, algo que explica su policromía alterada, una traza menos cuidada en ciertas zonas y características nada habituales en obras destinadas a ser bustos independientes.
Los análisis estilísticos y anatómicos apuntan claramente a Juan de Mesa:
- Modelado del cuello con papada y pliegue horizontal, presente en otras obras seguras del autor.
- Expresividad del rostro, con ojos grandes, cejas marcadas y nariz poderosa.
- Volumen y disposición del cabello ensortijado, muy similar al del San Juan Bautista del Museo de Bellas Artes de Sevilla.
- Ausencia de nuez en la laringe, confirmando que no se trata de una figura masculina, sino de María Magdalena.
Además, la cabeza presenta las mismas dimensiones que la del Cristo de la Buena Muerte, reforzando la teoría de que ambas figuras fueron concebidas para formar un único conjunto.
Del altar sevillano a un museo efímero en Jerez
Uno de los hallazgos más reveladores llega gracias a datos inéditos localizados por Pérez Morales. En el inventario de bienes de la iglesia de la Anunciación de 1846 se menciona aún la imagen de la Magdalena en su retablo original, demostrando que nunca salió del templo hasta que el Cristo fue trasladado a otra capilla bajo dosel.
Después, su rastro se pierde hasta que reaparece en una fotografía de 1903, formando parte del Museo de Santo Domingo de Jerez de la Frontera, una institución efímera que solo existió entre 1902 y 1910.
El vínculo entre Sevilla, Jerez y Madrid podría encontrarse en la figura del deán López Cepero, natural de Jerez, gran conocedor del mercado artístico y en contacto con marchantes. Todo apunta a que la imagen fue puesta en venta y adquirida posteriormente por José Lázaro Galdiano, integrándose definitivamente en su colección madrileña.
¿Es posible reunir de nuevo el conjunto?
La existencia de esta Magdalena sigue siendo muy poco conocida por los cofrades, aunque algunos hermanos de los Estudiantes tuvieron noticia de ella tras la conferencia que Pérez Morales pronunció en la hermandad en Cuaresma.
El propio historiador reconoce que el deseo de reunir de nuevo el conjunto es comprensible, pero también extremadamente complejo. La imagen está mutilada, fuera de su contexto original y Cristo y Magdalena pasaron más tiempo separados que juntos, incluso antes de que el Crucificado se convirtiera en titular cofrade.
Una obra clave para entender a Juan de Mesa
Hoy, la escultura atribuida a Juan de Mesa y Velasco se expone nuevamente en el Museo Lázaro Galdiano, permitiendo contemplar una pieza fundamental para comprender no solo la evolución artística del escultor, sino también la concepción original del Cristo de la Buena Muerte.
Una Magdalena silenciosa, olvidada durante siglos, que devuelve a la historia uno de los capítulos más fascinantes de la imaginería barroca sevillana.


