El 25 de noviembre de 1989 quedó marcado en la memoria de Triana. Aquella tarde, apenas dos semanas después de la caída del Muro de Berlín y en vísperas de un Betis-Castilla, la Esperanza de Triana regresaba al culto tras casi dos meses de restauración a cargo del imaginero Luis Álvarez Duarte.
La expectación era máxima, pero el impacto fue mayúsculo. Los fieles salían de la Capilla de los Marineros en silencio, con incredulidad reflejada en el rostro. La Virgen aparecía con un tocado blanco y la corona de Jesús Domínguez, pero con un semblante radicalmente distinto. El propio Vicente Acosta, hermano mayor de la coronación canónica, lloraba aquella noche en su casa del Altozano. Triana entera estaba conmocionada.
El ennegrecimiento de la Esperanza
La historia de esta restauración venía de lejos. Desde mediados de los años 60, la policromía de la Virgen había iniciado un proceso de ennegrecimiento, atribuido a la degradación de los óleos, la acumulación de suciedad o incluso al uso de betún de Judea. Este oscurecimiento dio lugar a la imagen popular de la “Morena de Triana”, con un rostro casi irreconocible sobre tocados blancos que acentuaban el contraste.
Intervenciones previas
En 1982, Álvarez Duarte realizó una primera intervención destinada a consolidar la estructura de la talla. Sin embargo, tras la coronación canónica de 1984, la imagen mostró un creciente deterioro en la policromía. Fue entonces cuando, en 1989, la junta de Luis Murillo propuso al cabildo una restauración completa.
La restauración de Duarte
El 2 de octubre de 1989 la Virgen fue trasladada a la antigua sala del tesoro. Álvarez Duarte comenzó retirando la policromía ennegrecida con decapantes, pero también eliminó conscientemente los “esmudines” —pequeños añadidos de óleo, cola y serrín que Castillo Lastrucci había incorporado para reforzar algunos rasgos faciales—. Como consecuencia, el rostro de la Esperanza perdió fuerza y se suavizó.
Finalmente, la imagen fue repintada por entero, un hecho hoy inconcebible en materia de conservación. Años más tarde, cuando Pedro Manzano la intervino, se confirmaron mediante pruebas de carbono 14 los restos de todas las policromías anteriores.
Una crisis interna en la Hermandad
La restauración de 1989 marcó un antes y un después en la corporación. Muchos hermanos sintieron que la Virgen había perdido parte de su identidad castiza, lo que generó una crisis interna de enorme magnitud. Durante años, en la Hermandad mencionar la palabra “restauración” era casi un tabú. Esta situación también influyó en la tardanza en intervenir al Cristo de las Tres Caídas.
El distanciamiento con Álvarez Duarte fue inevitable, a pesar de ser hermano de la cofradía. El propio contexto refleja la magnitud de la polémica: si en 1989 hubieran existido las redes sociales, aquella crisis habría superado con creces cualquier otra polémica cofrade vivida después, incluida la restauración de la Macarena.

