En plena pandemia de 2020, mientras España vivía un encierro inédito y Sevilla se sumía en el silencio, una imagen sagrada permanecía detenida en el corazón de Triana. No era sevillana, pero compartió con la ciudad una de las Cuaresmas más singulares del siglo. Se trataba de la Virgen de los Dolores de Osuna, una de las tallas más veneradas de la localidad sevillana, que había sido trasladada a Sevilla para una restauración que coincidió con el estallido de la crisis sanitaria provocada por el COVID-19.
Una restauración histórica que coincidió con la pandemia
La historia comienza en septiembre de 2019, cuando la Hermandad de la Virgen de los Dolores de Osuna culminaba la celebración de su 300 aniversario fundacional. Como parte de los actos conmemorativos, se acordó restaurar la imagen titular, una talla que no había sido intervenida desde la década de 1970. La responsabilidad de la restauración recayó en el prestigioso conservador sevillano Pedro Manzano, cuyo taller se encuentra en la emblemática calle Rodrigo de Triana.
La imagen fue despedida con una misa solemne antes de su traslado a Sevilla, donde se iniciarían los trabajos de conservación a finales de ese año. Sin embargo, el estallido de la pandemia en marzo de 2020 y la declaración del estado de alarma el 14 de marzo obligaron a paralizar toda actividad no esencial, incluida la restauración de imágenes religiosas.
Cuaresma y Semana Santa de 2020: la Virgen ausente en Osuna
Durante esos meses, la Virgen de los Dolores no pudo regresar a su localidad de origen. Su camarín permaneció vacío, su pueblo en silencio, y Sevilla se convirtió en su inesperado refugio. El taller de Pedro Manzano fue su hogar temporal, donde la imagen aguardó el levantamiento de las restricciones.
Antonio Morón, miembro de la hermandad, recuerda cómo la devoción también tuvo que esperar: “La Virgen se quedó en Sevilla toda la Cuaresma y la Semana Santa. Fue una situación muy extraña para todos”.
El regreso de la Virgen: julio de 2020
No fue hasta principios de julio de 2020 cuando, con la desescalada ya avanzada, se concluyeron los trabajos de restauración y la Virgen pudo regresar finalmente a Osuna. La llegada fue discreta, ajustada a las medidas sanitarias vigentes, con aforo limitado, mascarillas y sin besamanos. Aun así, la emoción entre los fieles era palpable.
La imagen fue colocada en el altar mayor lateral de la iglesia de La Victoria y, aunque no hubo procesión, su presencia volvió a llenar de consuelo a los devotos. “Lucía preciosa, con colores recuperados y estofados visibles. Una maravilla”, asegura Morón.
Una restauración rigurosa y profesional
A pesar de las circunstancias excepcionales, la restauración cumplió con todos los estándares técnicos: análisis internos, tratamiento de la madera, mejora de los sistemas de sujeción y revisión del entorno expositivo. La intervención devolvió a la imagen su esplendor original sin alterar su esencia.
Aunque se barajó la posibilidad de ofrecer una conferencia sobre el proceso restaurador, finalmente no se llevó a cabo debido al contexto social y sanitario. No obstante, Pedro Manzano ha continuado realizando visitas a Osuna para supervisar el estado de conservación de la imagen y otras pertenecientes a la hermandad.
Un capítulo singular en la historia devocional de Osuna
La Virgen de los Dolores de Osuna, aunque no procesionó en 2020, quedó en la memoria colectiva como símbolo de una Semana Santa vivida en el recogimiento, la incertidumbre y la esperanza. Su restauración, marcada por el silencio de la pandemia, supuso un antes y un después en la historia reciente de la hermandad.
Una imagen que, sin quererlo, fue protagonista de una Cuaresma sin precedentes. Un testimonio de cómo la devoción, incluso en los momentos más difíciles, permanece firme. Y cómo Sevilla, ciudad de la fe, se convirtió en custodio temporal de una Virgen que vivió su Cuaresma más atípica lejos de su pueblo.

