En muchas procesiones de la Semana Santa actual, se repite una imagen que no deja de sorprender: Cristos sin potencias, sin corona, con túnicas lisas o incluso sin soga. ¿Estamos ante una nueva tendencia estética o se trata de un vaciamiento simbólico que afecta al mensaje teológico de la imagen de Jesús?
El significado profundo de los atributos de Cristo
Durante siglos, la Iglesia ha protegido y promovido el uso de signos visibles para representar lo invisible. Las potencias simbolizan la divinidad de Cristo; la corona, su realeza; la túnica bordada, su dignidad; y la soga, su mansedumbre. Estos atributos no son simples adornos: son signos litúrgicos y teológicos con siglos de tradición y respaldo doctrinal.
El Concilio de Trento ya estableció que lo sagrado debe representarse con símbolos reconocibles que eleven la fe y la devoción del pueblo. Sin embargo, en la iconografía contemporánea, cada vez es más frecuente que se retiren estos elementos con argumentos como «mostrar humildad», «hacerlo más humano» o «impactar visualmente».
¿El realismo puede sustituir al símbolo?
Desde la psicología y la antropología, se afirma que el ser humano necesita símbolos para construir sentido. El arte sacro, especialmente en la Semana Santa, ha cumplido siempre esa función: mostrar lo divino a través de lo visible. Por eso, vaciar a Cristo de sus signos puede ser interpretado como una reducción peligrosa, donde deja de percibirse su condición divina para centrarse solo en su sufrimiento humano.
Paradójicamente, mientras a Cristo se le despoja, su Madre es exaltada. María aparece coronada, vestida con bordados de oro, rodeada de joyas y tocados majestuosos. ¿Por qué se produce este desequilibrio simbólico entre ambos? ¿No debería Cristo, como Hijo de Dios, conservar al menos los signos de su realeza y divinidad?
La Iglesia defiende el uso de los atributos sagrados
El Magisterio de la Iglesia ha recordado en numerosas ocasiones la importancia de mantener estos signos. La bula Ad Caeli Reginam de Pío XII proclamó la realeza de María, pero siempre como una realeza participada, derivada de la de su Hijo. No independiente ni superior a ella.
Por eso, quitarle a Cristo sus atributos mientras se multiplican los de su Madre no es coherente con la tradición, ni con la teología, ni con el arte sacro de la Iglesia.
¿Modernidad o desorientación simbólica?
El debate está servido: ¿es legítimo adaptar la imagen de Cristo a los gustos emocionales del presente? ¿O estamos traicionando siglos de doctrina, arte y simbolismo en favor de un realismo vacío? La Semana Santa no es solo estética: es catequesis visual, es teología popular. Y sin símbolos, el mensaje puede perderse.
La pregunta clave es esta: ¿Estamos mostrando al Hijo de Dios o solo a un hombre doliente?

