La Semana Santa de 2025 ha estado marcada por un endurecimiento de las medidas de seguridad que ha generado controversia entre cofrades, visitantes y ciudadanos. Lo que antaño era una celebración abierta y participativa se ha convertido en una fiesta encorsetada, con zonas valladas, restricciones exageradas y una movilidad urbana prácticamente inexistente.
Del fervor al control excesivo
Lejos quedan aquellas Semanas Santas donde solo la lluvia amenazaba con aguar la fiesta. Este año, las decisiones del Ayuntamiento —que contrastan con las promesas del actual alcalde durante su campaña— han instaurado un modelo basado en el intervencionismo civil. Vallados sin justificación, zonas vedadas al público (como el Arco del Postigo o la Cuesta del Rosario) y accesos bloqueados han hecho que incluso la carrera oficial parezca ahora el lugar más accesible.
El episodio más señalado fue el vallado colocado frente al Baratillo y la Quinta Angustia en la calle Velázquez, impidiendo su avance hacia la Campana. Un gesto interpretado como una demostración de fuerza institucional que el propio Consejo General de Hermandades calificó de “abominable”.
Un público sin conciencia, otro de espectador
Uno de los grandes lastres de esta edición ha sido, sin duda, el comportamiento del público. Parte de los asistentes ha perdido la noción del respeto litúrgico: espectadores sentados en el suelo, consumo de pipas, residuos en la vía pública y actitudes poco cívicas que se han multiplicado con la masificación turística. Se busca un espectáculo, no una vivencia religiosa.
La convivencia se vuelve insostenible cuando el turismo masivo y una nueva generación de asistentes ajena a los valores tradicionales colapsan las calles y saturan el centro sin saber moverse entre las bullas. El resultado: caos, tensión y pérdida de la esencia del callejeo que tanto caracteriza a la Semana Santa sevillana.
¿Dónde quedó la movilidad?
El concepto de movilidad —clave para el disfrute de la Semana Santa— ha sido prácticamente anulado. El exceso de aforamientos ha creado pasillos desangelados, calles vacías y espectadores apartados como si asistieran a un evento desde la lejanía de un estadio. No se trata de garantizar seguridad a cualquier precio, sino de equilibrarla con el acceso ciudadano.
El Ayuntamiento, que ha demostrado eficacia en campañas de limpieza o transporte, debería lanzar una campaña cívica orientada al buen comportamiento en la vía pública. Algunos vídeos satíricos, como los de El Palermasso, ya apuntaron con humor a esta necesidad.
El papel de las cofradías y la pérdida de control
Mientras tanto, las cofradías se ven arrinconadas por las decisiones políticas. El Consejo de Hermandades debe recuperar capacidad de interlocución. La organización está tan condicionada que incluso se adoptaron esquemas de control propios de la Magna del 8 de diciembre, con restricciones extremas para evitar incidentes.
También dentro de la Catedral, la Vía Sacra ha generado polémica. Si bien la intención era buena, el tramo final evidenció un desorden impropio, con acumulaciones y salidas por puertas secundarias, empañando lo que debería ser el culmen del recogimiento.
¿Hacia dónde va nuestra Semana Santa?
La Semana Santa 2025 deja claro que no se trata de reducir nazarenos ni acortar recorridos, sino de recuperar el respeto por el entorno, formar al público, y sobre todo, volver a poner el foco en el carácter espiritual y cultural de la celebración. Las cofradías deben ser parte activa en la educación cívica de sus fieles y devotos.
El modelo actual está agotado. Si no se corrige el rumbo, la Semana Santa perderá su identidad en aras de un control sin alma. La belleza sigue viva en los pasos, en los detalles de los cortejos y en la emoción de los momentos auténticos. Pero su disfrute está cada vez más reservado a unos pocos… detrás de una valla.

