La Semana Santa, una de las manifestaciones religiosas y culturales más arraigadas en España, ha entrado de lleno en la era del «low cost». En una sociedad donde la visibilidad y la inmediatez mandan, esta celebración ha pasado a ser, en muchos casos, un evento de foto para Instagram y de cobertura mediática con presencia obligada de las autoridades locales.
El fenómeno no es nuevo, pero sí se ha intensificado con el tiempo. No hace mucho, un alumno de Periodismo solicitó una tutoría para comunicarme su imposibilidad de asistir a clase por incompatibilidad horaria. En principio, pensé que se trataba de una responsabilidad laboral, algo comprensible en los tiempos que corren. Sin embargo, su justificación fue diferente: había sido elegido miembro de la Junta de Gobierno de una hermandad de Semana Santa de su pueblo, en las proximidades de Sevilla, y las reuniones del Cabildo coincidían con las clases. Le recordé un viejo refrán de mi abuelo: «primero la obligación y luego la devoción».
Este episodio refleja hasta qué punto la Semana Santa se ha convertido en un fenómeno que desborda lo estrictamente religioso. Andalucía cuenta con más de 2.000 hermandades y cofradías, y no hay localidad, por pequeña que sea, que no posea su Virgen de la Esperanza, su Dolorosa o su Cristo Crucificado, expuesto en la Iglesia Parroquial durante todo el año, salvo en la Procesión Sacramental.
En Sevilla, epicentro de esta celebración, el Ayuntamiento ha tenido que intervenir debido a la proliferación de pequeñas procesiones en los barrios, que obligan a reforzar los servicios de la Policía Local para la regulación del tráfico. El gasto en horas extras de los agentes se ha disparado, en parte porque muchas de estas procesiones no son notificadas con la antelación necesaria, sino prácticamente el mismo día, asumiendo que el silencio administrativo juega a su favor.
Uno de los casos más llamativos ocurrió en Morón de la Frontera, donde una hermandad encargó un nuevo manto para su Virgen a una fábrica de Pakistán, reduciendo considerablemente los costes. Este hecho destapó una realidad que se viene produciendo desde hace tiempo: encargos a países como Pakistán o Bangladesh, lo que ha provocado la protesta de los artesanos tradicionales andaluces. Más de 300 familias dependen de este oficio y denuncian que estos trabajos importados carecen de la calidad artesanal necesaria, siendo una solución económica a corto plazo, pero perjudicial a largo.
En este contexto, la Semana Santa sigue siendo una locomotora turística para Andalucía, y las hermandades buscan la mayor visibilidad posible. Para muchos, esta festividad ha cruzado la línea entre la devoción y la industria turística. Sin embargo, algunas reivindicaciones han sido escuchadas: después de años de peticiones, el Gobierno ha reducido el IVA del arte sacro del 21% al 10%, igualándolo al resto de disciplinas artísticas. También se ha conseguido la creación de un epígrafe propio en el Impuesto de Actividades Económicas (IAE), lo que representa un respaldo oficial al sector.
El próximo mes de mayo, Roma acogerá la procesión de la Virgen de la Esperanza de Málaga y del Cristo de la Expiración de Sevilla, conocido popularmente como «El Cachorro». Será otro ejemplo de cómo la Semana Santa trasciende fronteras y se consolida como un evento de gran impacto internacional.
La cuestión de fondo sigue siendo si este modelo es sostenible y a qué precio. ¿Es posible combinar la religiosidad popular con la industria turística sin caer en la banalización? ¿Hasta qué punto se debe priorizar la cantidad sobre la calidad? La Semana Santa, como tantas otras tradiciones, enfrenta el reto de mantenerse fiel a su esencia en un mundo cada vez más dominado por la inmediatez y el consumo masivo.


