Cartel de la Coronación Canónica de María Santísima de los Dolores en su Soledad de Brenes

Cartel de la Coronación Canónica de María Santísima de los Dolores en su Soledad de Brenes

En el día de ayer  tuvo lugar en Brenes la presentación del cartel oficial de la Coronación Canónica de María Santísima de los Dolores en su Soledad, Titular de la Hermandad de la Vera Cruz  y Caridad de  esta localidad 

Dicha obra ha sido realizada por el pintor Don Jesús Zurita Villa cuya presentación estuvo  a cargo del hermano de esta corporación  Daniel Lozano Marchena.

El acompañamiento musical estuvo  a cargo la Banda de Música “El Arrabal” de Carmona.

El autor Don Jesús Zurita ha dado la siguiente explicación de la obras:

El relato de la mujer del Apocalipsis, que desde el anuncio de la coronación de la Virgen de los Dolores es la imagen que tenéis presente en todo momento, la referencia constante y recurrente, el motivo perenne… para los pintores supone una fuente de inspiración fecunda y sugerente, a la par que profundamente evocadora, pues más que interpretarla como la historia del final de los tiempos, al final se entiende como la ruptura total del tiempo y eso se traduce, inevitable e irremediablemente en la entrada en la dimensión de lo eterno. Lo eterno es el tiempo sin tiempo ni medida, y eso, en términos artísticos tiene un nombre muy concreto: lo clásico, lo que siempre es bello porque no está sujeto a modas.

La pintura surgió para figurar aquello que se desea porque aún no se tiene, para atrapar lo que tememos perder o para palpar lo que soñamos. De igual modo el símbolo se inventó para representar las cosas que, por ser tan grandes se nos escapan y no encontramos

palabras para describirlas.

Pues bien, en estos tres conceptos se basa mi idea de pintura: en lo clásico, en lo anhelado y, sobre todo, en lo simbólico, en la obsesión y en la devoción por el símbolo, creyendo que en lo simbólico es como si Dios susurrara aquello que no se puede decir.

El Apocalipsis en sí mismo es una alegoría, un paisaje en el que florecen multitud de símbolos que dibujan unos signos tremendamente potentes, conformando una dramaturgia tremendista: el cielo se abre y se cae, las estrellas brillan en el día, el sol rompe el negro de la noche, la luna es el suelo, la lucha es sin cuartel entre el bien y el mal; el fuego, el agua, la tierra y el aire se entremezclan, los animales fantásticos cobran vida para matar, las palabras son mudas y los silencios atronadores.

La mujer vestida con los brillos áuricos del sol figura a la Virgen María, encarna a la humanidad y representa a la Iglesia, pues habita Dios en sus benditas entrañas, extiende las manos para acoger a todos y se levanta como un nexo de unión entre lo humano y lo divino. Su manto abierto es el velo del templo rasgado por el que Dios rompió todas las barreras con respecto a los hombres para transitar por todo el mundo nuevamente, como en el soplo de vida de los primeros días de la Creación que atravesaba los horizontes.

El pecho de la Virgen es un rompimiento de gloria, la gloria misma que fue anunciada, porque ese corazón sintió la alegría de la encarnación, y aunque fue traspasado por la espada del dolor, también fue el primero que se calentó con la luz del tercer día de la Resurrección porque antes que nadie supo que Cristo había resucitado. El pecho de la Virgen es un rompimiento de gloria, una representación del paraíso prometido por la palabra y las profecías, como si hilvanado con los encajes hubiera estado escrita la historia de

la salvación, la que anunciaron los profetas, describieron los evangelistas y defendieron los discípulos: la que sostienen, como columnas del edificio de la Iglesia, San Pedro y San Pablo.

En la escena representada las cosas están pasando y han pasado a la vez; en el fondo San Miguel, el general de las legiones divinas, está matando al dragón que la Virgen tiene vencido a sus pies en el primer plano, aquel cuya presencia aterrorizaba en el cielo porque con la cola estaba golpeando las estrellas para que cayeran en la tierra mientras se aproximaba a la madre para devorar a su hijo. El dragón muerde el fruto del pecado original, por el que vino el dolor y la muerte y la expulsión del Edén perdido, mientras se retuerce en los últimos estertores bajo la nueva Eva, la Madre del Dios hecho hombre que vendría a traer la salvación y la vida y el paraíso prometido poblado de los laureles de la victoria del bien sobre el mal, del triunfo de la vida sobre la muerte. San Pedro conserva sólo una llave porque María abre las puertas del reino de los cielos a los hombres, ya no hay nada de atar porque está todo desatado. Ahora todo cobra vida y autenticidad, el rosario de cuentas verdes se convierte en una planta del nuevo árbol de la vida, como si cada cuenta hubiera sido una semilla que  ahora, con la tierra abierta por el cielo, germina, crece, florece y da frutos. La corona, más que una presea, más allá de ser un adorno o una joya se presenta como un sol triunfante, un círculo perfecto, la luz de Dios por la que todo brilla, la que alumbra a la Virgen para expresar la condición que atañe a todo el ser de María, su plenitud de gracia colmada del amor de Dios. En la cruz que remata la corona Jesús está crucificado, para evocar aquel pasaje del Calvario en el que Cristo explicita la doble condición maternal de María, como Madre de Dios y Madre de la Iglesia.

Todo esto está representado en el cartel que anuncia la próxima coronación de María Santísima de los Dolores en su Soledad en Brenes, con toda la carga poética y simbólica que este acto conllevará.

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