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La Semana Santa de Córdoba de hace un siglo era aún deudora del conocido decreto del obispo Trevilla que en 1820 marcó de forma decisiva esta celebración con unas consecuencias que han llegado a la actualidad. Así, en 1921 todo giraba en torno a la procesión del Santo Entierro, aunque estaba ya consolidado que algunas hermandades, como es el caso de la de Jesús Caído, escaparan de este corsé y se dedicaran a recorrer sus barrios.
La huída de la oficialidad de la procesión del Santo Entierro permitió a estas corporaciones gozar de un arraigo aún mayor en sus entornos más inmediato. La hermandad penitencial de San Cayetano tuvo hace un siglo un recorrido por su barrio, por supuesto, pero no obvió su paso por algunas calles del centro. Este itinerario discurrió aquel año por Puerta del Colodro, Mayor de Santa Marina, Santa Isabel, Álamos (Enrique Redel), López Diéguez, San Andrés San Pablo, plaza del Salvador, Joaquín Costa (Capitulares), Claudio Marcelo, Diego León, Alfonso XIII, Alfaros, Puerta del Rincón, Conde de Priego, Mayor de Santa Marina y cuesta de San Cayetano.
Esta década de los años 20 fue fundamental para algunas de las hermandades existentes en la Córdoba del momento. Una de ellas fue la de Jesús Caído, que inició un despegue que alcanzaría su momento destacado en 1922 con el inicio del mandato del marqués de la Mota de Trejo como hermano mayor.
Pero un año antes ya había comenzado el revulsivo. En la Semana Santa de 1921 tuvo la cofradía de Jesús Caído una serie de importantes estrenos, muchos de los cuales se conservan aún.
Nuevo paso para Jesús Caído
Uno de ellos fue el estreno de “unas hermosas andas con gualdrapa” para Jesús Caído, por lo que se supone que en este año abandonaría las parihuelas con las que saldría en procesión desde sus inicios. Este paso lució también nueva candelería, entre la que destacaba cuatro grandes piezas que habían sido donadas por el diestro José Flores ‘Camará’.
En el paso de la Virgen de la Soledad, aún era del Mayor Dolor, fueron aún más llamativos los estrenos, consistentes en el manto y la saya que aún luce, así como toca, “corona de oro con piedras preciosas y puñal del mismo metal”, como señaló la prensa de la época. También se estrenaron unas andas doradas “de estilo renacimiento” y una candelería adquirida en Zaragoza y Sevilla.
El mismo Miércoles Santo llevaron los marqueses de la Mota de Trejo al Palacio Episcopal el manto para que lo viera el obispo, Adolfo Pérez Muñoz, que se había confeccionado por iniciativa de la marquesa con la colaboración de numerosos devotos.
A la corona de la Virgen de la Soledad le dedica el hispanista Gerald Brenan unas líneas en su libro ‘La faz de España’. Cuenta que en su visita a Córdoba vio en un escaparate de la calle Gondomar una “corona de oro” para la Virgen de la Soledad, algo que le escandalizó.