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Si hubiera que explicar a un turista qué es la Semana Santa de Málaga, tal vez lo mejor sería esquivar la pregunta, tomarlo de la mano y llevarlo estos días al Palacio Episcopal, donde la Fundación Unicaja, la Agrupación de Cofradías y la diócesis han organizado una exposición, que se inaugura mañana y que podrá visitarse hasta mediados de julio (11 de julio), en la que se muestran casi 200 piezas patrimoniales de las 41 hermandades agrupadas y otras once de la provincia. Miguel Ángel Blanco, director de la exposición, ha dirigido hoy una visita guiada para los medios de comunicación de este evento cumbre en la conmemoración del centenario agrupacionista, y que se abre a los malagueños y a los visitantes bajo el título de ‘Un siglo de esplendor’.
Por cierto, el Palacio Epicospal se ha convertido ya en el Centro Cultural Fundación Unicaja. Blanco, por su parte, ha indicado que esta muestra «reivindica la personalidad de la Semana Santa de Málaga, estos cien años han ahondado en esa personalidad, hemos sido capaces de ahondar en nuestra propia identidad». Y es que la principal característica de la Semana Mayor es que no hay canon. «Bienvenida sean las influencias, la Semana Santa absorbe estilos y modos de todo el mundo, pero de Málaga, su gran valor, es su diversidad, la personalidad adquirida en cien años de agrupación, integrando modos y costumbres andaluzas: hay grandes, chicas, todo vale y todo es Málaga. No obedecemos a un canon tan estático como en otros casos».
Hay obras cumbre y pequeños enseres de cofradías «humildes, queremos recoger sentimientos, porque todas han aportado lo mejor de sí». El valor añadido es que Málaga parte de cero tras la Guerra Civil y los años treinta, cuando se pierde prácticamente todo el patrimonio cofrade. «De las cenizas surge esa Semana Santa, en los últimos setenta años. Otras ciudades hermanas pudieron salvarlo todo o casi todo. La Semana Santa es hoy uno de los mayores espectáculos sacros en la calle del mundo«. Hay once salas: nueve formales, más un zaguán y un patio. Las salas son temáticas, salvo la primera y la última que son alegóricas.
Recibe al visitante en el patio un Jardín de la Pasión, «donde están todas las flores y plantas con alusión a la pasión de Cristo, desde el romero al olivo, higueras, palmera, ramas de espinas de la corona, todo ello representado de una forma muy sensorial. Todo natural, se va a reponer cada semana». Corona ese jardín una cruz arbórea.
La primera sala es el triunfo sobre la muerte, donde pueden verse el catafalco del Sepulcro, pieza única, o los cuatro jinetes del apocalipsis de Ruiz Montes. La sala dos es conocida como ‘Templo itinerante’, donde se muestran, entre otros, tres frontales de los tronos de Virgen de las Angustias, Prendimiento y Humillación, o el ángel custodio de Ruiz Montes para Viñeros. «Málaga es esto y aquello, es todo», dice Blanco señalando faroles de distintos tamaños. Subiendo la escalera un nazareno lleva la cruz guía de la Agrupación, y se llega, en el rellano de la primera planta, a la instalación ‘Insignias de fe’, donde hay nazarenos de 21 cofradías, con todos los colores de Málaga, desde el malva, único, al verde: hay un nazareno de la Esperanza que lleva romero, un curioso nazarenito de Pollinica, el único penitente descalzo y más centrado en sí mismo es el de Dolores de San Juan, que lleva rosario y va descalzo, un nazareno de Viñeros da una estampita. Hay estandartes, senatus. Es obra de Rafael de las Peñas. Y, sobre todo, una enorme profusión de capas.
La tercera sala es ‘Dios y hombre’, y es «una pasarela de la moda de las túnicas del Señor, hay diez», desde una del Nazareno del Paso a otra de Viñeros o del Prendimiento, la más pequeña es la de la Pollinica. Todas ellas miran a la cruz de procesión del Nazareno del Paso, hay otros atributos de Cristo como potencias (entre ellas las del Cautivo), coronas metálicas.
Otra sala está dedicada a los actores secundarios de la pasión, y puede verse al Berruguita, «si no no es de Málaga» y diferentes grupos escultóricos, desde la mujer que acusa a San Pedro y el gallo (del Dulce Nombre), a las mujeres de Salutación, pasando por el grupo del Santo Suplicio que ha nacido hace poco de la gubia del gran Juan Vega. «No podía faltar el pollino de la Pollinica y un grupo de niños».
‘Signos de realeza» es la joyería de «lujo» de la Virgen, con una selección de coronas y diademas, de la más antigua a la más moderna, de todas las escuelas, estilos y épocas. Está, por ejemplo, el halo de coronación de la Virgen de la Soledad de Mena, «con todos los estilos de joyería y orfebrería». «Las cofradías siempre quieren coronar a la Virgen con lo mejor de sí». También puede verse el halo de coronación del Rocío.
Otra sala se dedica a la ‘Apoteosis del bordado’, con «tres bambalinas del palio y un techo de palio», por ejemplo una bambalina de la Soledad del Sepulcro; o una bambalina lateral de la Virgen del Gran Poder, «antiquísima, de los años 20». El techo de palio, «en exclusiva», de la Virgen del Amor Doloroso de Pasión, que aún no ha visto las calles de Málaga, está en la muestra.
«El resto lo hemos echado en la capilla: hay cuatro techos de palio, de todos los diseñadores, todos los bordadores y todos los estilos, hasta el gótico, que es tan poco frecuente, de la cofradía del Rescate. Están el manto de los Dolores de San Juan y el de la Virgen de los Dolores de la Expiración». Este último, ejecutado en el 55, sólo ha salido fuera de su casa hermandad para algo que no fuera su procesión para esta exposición y otra en los años sesenta que hubo en Milán, dice el director.
El techo del palio de la Virgen de Gracia es un monumento gótico, diseño de Fernando Prini y bordado por Joaquín Salcedo: «No son pinturas, son sedas, hasta ochenta puntadas de color».
Cierran la muestra ‘La otra pasión de la provincia’, donde están representadas todas las comarcas, con enseres antiquísimos de cofradías rondeñas, antequeranas o de Campillos (está la túnica imponente de Jesús Nazareno el Pobre de Vélez Málaga), o de los morados y los verdes de Alhaurín el Grande; y la sala delicada al Resucitado, la única imagen sagrada de la muestra, donde irrumpen el blanco y la luz, «obra cumbre de la imaginería contemporánea» (de Capuz).